Hoy subí a la montaña más baja de la ciudad. No medía más que el ojo de un insecto y me ha costado mucho alcanzarla. Tú también estabas allí, inclinado sobre una pestaña, llenandote la piel con el movimiento de un planeta desconocido. No pude bajar y lloré. Entoces, un hombrecito cubierto de arroz, me indicó con su sombra el camino de regreso. El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer. La luna no se acaba de llenar, pero la conciencia ya está eufórica y el cuerpo preparado.
jueves, mayo 22, 2008
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario